Fernando me invitó a salir el viernes pasado.
Fuimos a beber cerveza, platicar y bailar. La verdad creí que no pasaría de una
charla sobre nuestras vidas. Me confesó que era gay, y que yo le gustaba.
Me pregunto, aún, si estas confesiones las había hecho
por haber bebido mucho. El problema llegó cuando me besó. Estoy realmente
confundido. Todo pasó tan rápido que después del beso, termine por quedarme
callado.
Estoy terminando de procesar aquel suceso. Debo
aceptar que no lo esperaba, pero también acepto que me gustó. Me hizo temblar.
Fue uno de esos besos que llegan a ponerte nervioso de un momento a otro.
Después de aquel día no hemos podido hablar. No sé
si fue mi actitud o que estamos estresados con las entregas de proyectos.
También debo contarte que el fin de semana, decidí
salir a festejar el “día de muertos”. Quería pasar el día con mis muertos.
Recordarlos. Gabriel está en su urna en la iglesia de la Santa Veracruz, a un
lado de la Alameda Central.
Lleve aquellas flores que tanto le gustaban:
girasoles, acapulcos y gladiolas. El departamento siempre estaba lleno de estas
flores. El me contó que esas flores las amaba porque le recordaban a su abuela.
Ella murió dos años antes que él. El mismo día murieron los dos.
Estuve ahí cerca de dos horas, platicándole mi
vida, como si aún pudiera escucharme. Al salir de la iglesia, me llamaron mis
amigos Joel y Alejandro. Me invitaron a visitar las ofrendas de Ciudad Universitaria.
Nos vimos media hora después de aquella llamada.
Al terminar la visita, decidí ir a casa de mis
padres. Ahí están la urna de mi abuela. Al llegar a casa fui recibido con
singular alegría por parte de mis padres. Mi madre estaba preocupada de que
pudiera hacerme daño o me deprimiera esos días.
En una mesa especial, estaba la ofrenda y la urna
de mi abuela. Al verlo sentí como aquel último abrazo que me dio. Recordé todos
esos momentos que había pasado a su lado. Sonreí y me preparé para ayudar a mi
madre con su negocio.
Algunas veces me pone muy triste saber que mis dos
personas favoritas ya no estén. No creo ser el único ser humano en el mundo que
extrañe a alguien, pero tampoco el último.
Es difícil decir adiós, pero como
dice el dicho: “el muerto al pozo, y el vivo al gozo”.
Ahora me toca decidir qué haré respecto a aquel
beso. Tengo que decidir qué quiero para mí. En este momento solo me dedico a
pensar si realmente quiero empezar algo de nuevo.